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Seguro que me vais a entender - o eso espero - no sea que alguien se vaya a creer que soy la Carmen Lomana de la pesca pero en fin, esto es algo fútil, que a lo mejor hasta podía haberme ahorrado, pero no lo hice.

Llevo la friolera de casi veinte años hablando de la pesca con señuelos en el mar, pescando en el mar, por todos los mares de este bonito planeta y soy un asqueroso afortunado por haber podido disfrutar de lugares tan lejanos y exclusivos y más o menos pelear con casi todos los peces que se puedan engañar con un señuelo, o una mayor parte de ellos. Hasta aquí vamos bien, sigamos. Lo que ocurre es que a veces le entra a uno el gusanillo de probar algo nuevo, no que lo hecho hasta hoy sea repetitivo o poco interesante pero como pica y pelea un GT más o menos me lo sé, una Barracuda igual y una Anjova también. De hecho los GT por ejemplo han caído muy abajo en mi lista de peces favoritos, y los cambiaría por bichos de colores, quizás más pequeños pero por lo menos más agradecidos delante de la cámara.

Volvamos al taco que se me va la pinza.

Sin duda hay algunas especies de las que no me cansaré nunca, las Cuberas, los Meros de colorines, los Dientes de Perro, los atunes...no los atunes no que ya estoy mayor para ellos, las Lubinas y algún que otro más. Mañana mismo me embarco para ir a molestarlos pero - es que hay un pero - pudiendo elegir, que no es el caso pero aquí trabajamos de imaginación, a lo mejor me iría a ver otro patio. Me explico mejor. Ese agüita dulce que nos da la vida lo tengo abandonado casi por completo, son años que como mucho le meto un gol a un Lucio borracho y resulta que por este mundo tan húmedo, hay miles de especies diferentes con mirada de asesino y unos piños así de tochos que meten viajes a cualquier señuelo les pase por delante.

Eso es, Fishbase te cuenta que en España, entre autóctonas y alóctonas hay unas 102 especies de peces de agua dulce,  en Indonesia ya son 1193 y en Brasil superan las 3000. Quita el pez pasto, los herbívoros y los carroñeros y te sigue quedando un puñado asombroso de depredadores. No me digáis que esto no es interesante, y lo señalo casi más como amante de los peces y como fotógrafo, que como pescador. Fíjate que en Brasil las especies de mar son 1229 y en España 670 una relación que cambia de manera drástica diría, amén de que muchas de estas especies son compartidas como la Llampuga, Serviola, Atún etc.

Parece ser entonces que en agua dulce tenemos una gran variedad de animales que sin hacer mucho ruido seguro que se dejarían querer por cada uno de nosotros. Hay bichos preciosos, llenos de colores, con morros feroces y escamas brillantes que pelean como hombres, saltan como grillos y si te descuidas te meten un bocado que te dejan con un par de dedos tuneados. A esos me refiero, nuevos contrincantes totalmente desconocidos, un mundo nuevo para explorar que estoy seguro me sorprendería y que finalmente, después de todos estos años de sal e iodo, me he decidido en visitar.

Sin dejar el salitre poco a poco quiero volver a aventurarme allí donde todo empezó - y empecé - volviendo a unas origines de las que la vida misma me había hecho alejar. Me he emocionado hace unos días al volver a hablar con un conocido de viejo pelo que me contaba de carpas y Barbos a spinning, y estoy impaciente por cruzar fronteras para mi primer viaje tropical dulzón, en búsqueda de nuevos amigos. Se hará lo que se pueda y que quede claro, no hay quejas ni pijadas aquí, estoy encantado de lo que he podido catar hasta la fecha y más bien me estoy deseando - en voz alta - un proyecto para el futuro. Por soñar que no falte.

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Se echa un poco de menos el calor del trópico, yo no soy persona de frío, hiberno como los osos y a partir del primero de noviembre ya estoy con la cuenta atrás esperando que la primavera vaya subiendo las temperaturas y preparando nuestros cuerpos al  espléndido verano. No me queda nada. Sin embargo, hace ya un par de semanas, abrigado con dos pares de calcetines y más capas que una cebolla roja aguanté y disfruté como un enano de las rígidas temperaturas que repartía el Estrecho. No me hicieron trabajar na’ esos dos delincuentes con los que compartía quilla, prácticamente me quedé de fotógrafo todo el día porque no paraban de sacar bichos los muy jodíos. Ya vez, los jovenzuelos pasándolo bien y el abuelo currando, eso no puede ser.

Pero ese calorcito... No solo se trata de no pasar frío sino más bien de pasar calor, algo que los huesos, por lo menos los míos, agradecen. Sentarse en la terraza del lodge o en el puente del barco de charleta sin tener que ponerte ni un triste jersey de algodón, y en pantalón corto, que gozada. Y el vinito blanco que entra como una bendición, o esa cerveza espumosa. Que claro quede, falta no hace irse hasta el medio del planeta para disfrutar de todo esto, un junio cualquiera en L’Ampolla te proporciona emociones similares y encima, a lo tonto, te ahorras 3000 eurillos, que ya han dejado de crecer en los chopos.

En menos que cante un gallo estamos repartiendo regalos debajo de las ramas de un abeto, orgánico o de plástico, y atiborrándose a pavo o marisco, los que puedan, o lo que ofrezca Caritas para muchos, demasiados diría para este siglo XXI que se ha levantado con el pie izquierdo. Pero hasta que se empañe la ventana cuando me acerque seguiré hibernado, esperando a que las marmotas salgan del agujero para asombrarme una vez más delante de la naturaleza que resurge quitándose de encima la brutalidad del invierno. Me parece que me quedan unos meses en dique seco, sin Lucios ni Lubinas, habrá que aguantarse y seguir asomando la cabeza de la cueva de vez en cuando, para ver si sale algún brote que trae buenas nuevas. Eso sí, seguiré escribiendo, que me lo pide el cuerpo

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Tengo como la sensación de que una temporada, etapa o milla de mi vida ha pasado. Acabo de ver un video grabado en Socotra con unos GT de tamaño descomunal y sinceramente, por interesante, emocionante y “adrenalinico” que pueda llegar a ser poco me llama la atención. El enfrentamiento cara a cara con unas musculaturas salvajes y poco piadosa de los años que un cristiano lleva en la chepa, me deja algo despistado, asustado quizás. En plan nenaza, por poco que me guste.

La última experiencia que tuve con un GT de tamaño XL remonta a Omán en 2010, con en la mano una Tokara prestada y unos días ociosos de aperitivo, en los que el máximo esfuerzo había sido apretar el disparador de la Nikon: estaba fuerte. Clavé el GT y ni le di tiempo de recordarse de su bendito abuelo porque en tres minutos estaba  al lado del barco preguntándose que demonios le había pasado. Sin embargo, hace menos de seis meses, en las azules aguas del Mar Rojo, un primo de infinitamente menor tamaño me hizo sudar la gota gorda, ¡lamadrequeloparióloquemecostóacercarloalbarco!

No sé si es la espalda que falla en el tríptico pero ese bicho tiraba y el abuelo resoplaba en búsqueda de una ayuda celestial que me ayudara a llevar a cabo semejante empresa. No llegó y me tocó hacer todo solito, subió a bordo y me alegré de que aquella tortura había llegado a su fin … antes que yo. Falta maldad. Falta agresividad. Se lo toma uno más “tranqui” y no puede ser, el trópico VIP exige concentración, mala leche, el “body” y el firme y imperturbable deseo de hacerte con la pieza. Tontería la justa.

Si pongo el mecanismo atrás recuerdo que a mis clientes tropicales primerizos les decía justamente esto, de estar concentrado y básicamente ser malos, agresivos y competitivo. Así se la gastaban los buenos, pasando por encima del cadáver del otro para el Big One: “no rest for the wicked”. Luego la vida pone a cada uno en su sitio, en el momento oportuno el reloj cambia de sinfonía y te encuentras más a gusto con las Lubinas que los Atunes, bichos horrorosos por cierto. ¿Se queda satisfecho el tito o simplemente la biología del humano cuerpo ha conmutado el carril y empezado un camino menos tortuoso? La verdad es que poca importancia tiene todo el asunto, lo que me queda de rabia lo conservo para mis amigas de escamas rojas y el diente de perro que nunca llegó, el resto de las fibras las dedico por completo a una pesca mediana sin pick up que se arquean y vertebras que crujen.

Como el que se vuelve vegetariano cambio de coche y del Hummer subo en un Mini, coqueto y rápido pero con menos músculos y el cambio tiptronic, porque al final lo que es cómodo...pues eso, es cómodo. No voy a pasar al carrete eléctrico por aquello de la decencia, dignidad y amor propio, pero si que del 6000 bajo al 3000 sin pena ni infamia, y me lo sigo pasando como un enano. Veinte o treinta libras amigos, es lo más poderoso que este cuerpecito aguanta, y voy que chuto, en cuanto a trenzas se refiere. Aguanto a Metallica todavía, y a volumen bien alto, pero los GT grandes como un burro preñáo los dejo a los jóvenes rampantes; tienen más de esto y aquello, y las ganas de dejarse los riñones por ello, que por cierto, acabo de descubrir que tengo solo dos ¿Qué pocos no?

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