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No me voy a extender mucho pero quiero compartir con vosotros, en plan sesión de psicoanálisis colectiva, algo que me pasa cuando voy a pescar. Sucede que hay días que por alguna razón llegas a tu día tan esperado con un cabreo olímpico. Pues a mi, sin duda, me afecta un porrón. Me explico, ese mal estar que me acompaña influye negativamente sobre el desarrollo de mis funciones básicas que en condiciones normales me permitirían desarrollar una acción tan sencillas como hacer un nudo.

Entiendo que hay personas que consiguen llevar disgustos, enfados o preocupaciones con sublime indiferencia pero desafortunadamente no pertenezco a esta raza superior y los marrones me los como con patatas, hasta me los llevo de viaje allá donde me vaya. En práctica si llevo el mal rollo pegado a la chepa empiezo a hacer muchas más estupideces de lo habitual; lanzo mal, se me hacen enredos y fallo las picadas, pero sobre todo hasta haciendo lo que más me gusta no le encuentro el puntillo y no consigo disfrutar como debería.

Ese es otro punto interesante ya que no siempre, aún con un par de días de pesca por delante, consigo olvidarme de los problemas si es que he llegado con ellos. Si se trata de un asunto de poco calado puede que desaparezca tras la picada de una hermosa lubina que pone las cosas de nuevo en su sitio con la inestimable ayuda del ego, sin embargo si el problema es gordo mucha lubinas debe de haber para que se allane y encima, ya que me pongo a pescar como un macaco borracho difícil será que me pique una sola.

Cuando avanzo con el corazón ligero y la mente despejada todo sale bien y no estoy hablando de capturas extraordinarias o de un pez tras otro sino que simplemente la cosa marcha, disfruta este servidor como un gocho en el lodo y si cabe me voy más feliz de lo que he llegado.  Así van las cosas y así os las hemos contado, y ¿como lo lleváis vosotros el tema de las emociones? Os dejáis afectar como este pringado o sois  más fríos que una merluza de Pescanova?

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Va a ser culpa del calor, del calor  la culpa va a ser. Ya verás lo que va a salir de esto, finalmente descubriré que no soy el único imbécil del planeta, o a lo mejor si.

Hace un siglo, me encuentro pescando en una orilla llana y alargada que entra en el mar en la costa norte de la Graciosa, una punta muy querenciosa y lastrada de rocas más resbaladizas que un jabón de Marsella pero llevo los vadeadores de Capitán America y pudo con todo. Avanzo impávido hacía el borde, convencido que allí voy a pillar a Godzilla desayunando y cada dos pasos hago un lance. No entran olas , la mar está bastante calmada y lo que remonta la explanada es un movimiento de agua inapreciable. Llegado casi al borde voy buscando unas rocas donde poder apoyar los pies y quedarme lo mejor agarrado posible y sigo pescando. Al poco entran unos centímetros de agua demás, el desnivel sube y sin poder darme ni cuenta mis pies se encuentran flotando y mi cuerpo asume una inclinación que no me gusta nada. En un puñado de segundos estoy mirando las algas desde muy cerca con el agua que empieza a entrar refrescar mi cuerpo y desplazándome algo rapidito hacía el borde de la plataforma. No se si alguien ha venido a salvarme pero de aquella manera recobro una postura más digna y como si tuviese alas en los pies salgo caminando encima de las aguas y llego a la orilla del color de un papel A4.

Así quedó mi pierna derecha, la foto de la mano no la tengo porque era demasiado "gore"

Otra aventura mucho más dolorosa me ha pasado en Omán, cuando decido desembarcar sobre unas rocas para hacer unas fotos a mis compañeros mientras pescan. El skipper elige cuidadosamente el lugar adecuado, hay poca mar y todo parece muy fácil sin embargo este torpe señor de media edad consigue liarla. La proa del barco llega casi a apoyarse en la roca y sin acordarme con el capitán decido saltar, como si de repente tuviese los poderes de Spiderman, y me equivoco. En un pestañeo me doy cuenta de que lo de Spiderman es una peli y que sigo siendo el mismo gilipollas de siempre, Nicola, tampoco conocido por su agilidad de gato. Mi mano izquierda encuentra un sitio donde agarrarse, o más bien debería decir que un punto firme, léase roca puntiaguda, encuentra mi mano y se clava en la palma. La mano derecha creo recordar que después del primer momento de confusión consigue sujetarse a la piedra y mis piernas rozan varios centímetros de roca volcánica y se quedan con unas marcas que recuerdan el mimetismo de una cebra. La cámara, colgando de mi hombro golpea con fuerza y el polarizados se lleva la peor parte, salvando el resto. Finalmente consigo encontrar una postura digna, hacer las fotos y volver a bordo, esta vez sin más incidentes. Una vez en casa tuve que necesitar la ayuda de Miguel, un amigo médico para que me desinfectara, cortara la piel y carne levantada y me dejara más o menos hábil.

Así de idiota llega a ser uno, no seáis cobardes y soltar vuestras estupideces ¡no puede ser que soy el único..... ! 🙂

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