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Gracias a su afilado pico, un pequeño calamar rojo salió victorioso después de una batalla epica de una hora con un Owlfish mucho más grande, todos capturados en video en noviembre pasado en la bahía de Monterey , California

Batalla epicaEl calamar de ojos negros paralizó al Owlfish (foto cortesía de www.mbari.org) cortando la espina dorsal de los peces, de acuerdo con Bruce Robinson, científico en el Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía de Monterey. Robinson narra el video de la pelea entre invertebrado y vertebrado, capturado por la cámara del vehículo remoto MBARI el 11 de noviembre de 2013.

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Me esperaba un domingo de Lucios, o esto pensaba yo sin saber que los ríos de "mi zona" seguían más arriba de lo deseable, amén de imposibles de vadear y consecuentemente pescar. Levanto el teléfono y llamo a Jorge, recién contratado como guía oficial de pesca para bichos raros. Le cuento la peli, que tengo dos amigos italianos con los que quería ir a pescar y si se le ocurría un sitio donde poder ir a por Lucios cerca de los Madriles.

Para que os pongáis en situación Jorge - ese desgraciado - es el que me había calentado la cabeza la semana antes con las Carpas y que, después de ponerme como una moto me había dicho, el muy delincuente, que este finde no podía ir de pesca, y por consecuencia llevarme a sus cotos de ciprínidos. Resulta pero que sus planes habían cambiado y que de repente el domingo se había quedado libre y se ofrece para acompañarnos a cazar exocidos y ciprínidos en partes iguales, para que toda la peña se quedara a gusto.

Le levanto el castigo pero sigue siendo un delincuente, por lo que sigue a esta excursión de domingueros. Ya veréis. Finalmente me da las coordenadas para quedar y nos presentamos a las ocho de la "mattina", horario de pesca ultra cómodo, en el lugar establecido después de haber soplado para la benemérita que nos para en una rotonda algo absurda. Menos mal que el Pinot Blanco catado la noche anterior ya había seguido el recorrido natural sin dejar rastros en mi aliento. Se sube el hombre al coche, y le presento mis amigos italianos, Nicola (vaya, y eso que es un nombre raro en Italia) y su hijo Noam. La conversación se anima y los ánimos se van calentando, un par de tostadas en el desayuno ayudan a recuperar también fuerzas y la compañía se asoma a orilla de embalse.

Bajamos del coche y lo primero que vemos es un gran alboroto en una recula somera. Carpas, dice este servidor, pero los otros no están convencidos y vamos para allá armados para lo peor, o mejor que se diga, en fin para ver si se trataba de depredadores haciéndoles pupita a los alburnos. Carpas apunto. Felices diría, por estar en aquel singular momento anual en el que por H o por B consiguen hacer algo de sexo, un poco come muchos hombres casados... Nos ponemos a faenar en zona y no hay suerte, en la caja de señuelos para Lucios solo tengo uno que podría apetecerle a uno de esos bicharracos potencialmente carnívoros y es un SVCraw, que inmediatamente pongo. La cosa no cambia, y nos movemos.

La mañana sigue algo llana, no hay un aliento de viento ni emoción alguna pero el embalse está absolutamente espectacular, rodeado de verde y con buen nivel. Nos pateamos media orilla hasta llegar a otra zona de aguas muy bajas donde se vuelve a repetir el espectáculo de las Carpas enamoradas. Se vuelve a intentar y la suerte no parece hacerse un hueco en la mañana soleada. En un momento dado se me ponen esos de corbata porque una carpa tamaño escarabajo (el de Volkswagen) sigue al SVCraw con cierta mala leche, luego se da la vuelta y me deja con mi acojono a medias. Estoy a punto de tirar la toalla cuando en un palmo de agua meto el bicho delante de otro hipopótamo que esta vez no duda un segundo en atacar y carga sobre el vinilo embuchándolo. Hasta que el Alzheimer me prive de mis recuerdos seguro que no olvidaré ni ese momento ni esta visión. Clavo, que no hay tiempo que perder, y en un segundo me encuentro con un TIR que empieza a correr y llevarse metro de 30lb y doblando mi caña de casting de 1 1/2oz como la antena de un 127 Abarth. Lucho como un hombre y me la llevo hasta la hierba, feliz como un niño con zapatos nuevos (y piruleta). Fotos, felicitaciones y a comer, que la peña está hambrienta.

Por la tardecita, que va a ser larga y calurosa, vamos a probar otro "spot" de Jorge, y entre rumanos con sombrillas y cañas y familias con monovolúmenes y neveras entramos en el agua: turbia, mecagienlamar, un suceso infeliz para los pescadores de spinning con vinilos. Nuestro guía se estrena con un gorrino así de grande y gordo y le crujo a fotos, Nicola engancha otra por aquello de que el señuelo se encuentra en la trayectoria de la aleta dorsal y avanzamos en la esperanza de que otra se deje seducir. Le veo yo poco futuro a los vinilos, y abierta la caja de los señuelos pequeños saco mi talismán, el Piper color Black/Gold. Recomienza la faena, me alejo de la orilla avanzando en la recula que cubre muy poco.

Al rato tengo una picada estilo trópico duro y veo el lomo de una común que se asoma fuera del agua y el carrete que empieza a soltar hilo como alma se lleva el diablo. He cambiado de caña, tengo una de black bass de 3/4oz con un trenzado de 10lb y un bajo de 18, en fin no exactamente algo recomendable para amarrar porta aviones. Zzzzzzzzzzzzzzzz suena el molinillo, zzzzzzzzzzzzzzzzz y un poco más de zzzzzzzzzzzzzzzzz. La bicha se me ha llevado 50 o 60 metros de hilo y se mete entre unas ramas, pero sale. Aguanto la respiración pero no, hay más peligros en el horizonte y la segunda rama pone punto y final a la historia. Mecagoentodoloqueflota y vuelvo a lanzar. En menos de 5 minutos estoy otra vez liado, otro tren de mercancía que se suelta bastante rápido. Ando más mosqueado que un venado en una montería y reanudo el quehacer: al poco tercera picada. Esta vez es una royal que me hace sudar la gota gorda pero con final feliz, o en parte, la sacamos pero viene robada y a mi modelo se le escurre después de una sola foto. Habrá que volver a empezar de nuevo. Sigue soplando una ligera brisa, seguramente de gran ayuda para que las Carpas se pongan más agresivas y al poco tiempo otra picada. Se arma la gorda y los minutos pasan rápidos pero cuando finalmente la consigo ver, el Piper está bien enganchado en los morros carnosos y es una preciosa común. Aquí tenéis las fotos.

Tengo varias picadas más, una también al Jubarino pero se sueltan todas, el viento cae y la tarde finaliza. Solo Jorge se hace con otro animal considerable, pero ha llegado el momento de volver a Madrid. ¿Qué decir de esta experiencia? Seguro que algún que otro purista estará torciendo la nariz así como hace unos años los puristas de la mosca no veían de buen ojo los colegas que se perdían tras los ciprínidos. A mí me parece estupendo que haya un depredador más que añadir a la lista y sobre todo uno que llegue a semejantes tamaños y luche como ningún otro pez de agua dulce que nade en nuestras aguas. Para mi este es solo el principio de una historia de amor con las gorditas de los pantanos, os invito a probar, a lo mejor lo pasáis bien.

Cuando pica un pez o cuando empieza el combate ¿sabéis identificar el bicho antes de verle? Graciosillos y listillos por favor abstenerse que este es un blog serio (!), hablo a los chicos guay que merodean por este mar en tempestad, donde la palabra y la idiotez caminan de la mano. La mano de un italiano, para que no haya confusión y alguien se sienta identificado con el idiota de turno.

El asunto tiene migas. Es decir, todos, una vez tenida la picada o empezada la pelea soltamos nuestro vaticinio, en buen porcentaje cagándola con elegancia para rectificar una vez que el bicho aparece debajo de nuestros pies, otras con un acierto de dudosa paternidad. Dudosa porque pescando en el Delta en superficie lo más probable es que te entre un Palometón o una Anjova, y porque al fin y al cabo no estamos en el trópico, donde nunca sabes lo que te va a tocar. Como las chocolatinas de Forrest Gump.

En el siglo XV, entre una charla con Isabela de Castilla y una borrachera con Cristoforo Colombo, que así se llama el hombre, pura cepa itálica, solía salir a pescar con un skipper de Key West. En aquel entonces ni se llamaba así, amén de no haber sido todavía descubierta la península de Florida a la que pertenece, tierra de los Seminola, indios con hombre de cereal finamente triturado. Ken Harrys le decían al hombre, unos 150cm de sabiduría marina bien protegida por un panzón que ni lo gasta el gordinflón de mi vecino cuando está sentado leyéndose el Marca. A lo que íbamos, Ken me embarcaba en su piragua y le metía caña al Yamaha de 250HP hasta llevarme a sus pecios favoritos, que ya en aquellos tiempos maculaban los fondos de los Cayos de Florida. Tenía el hombre el GPS entre las orejas y el sextante en la punta de la nariz - maldito sabueso no fallaba nunca - y una vez echada el ancla se disponía a sembrar sardinas, recién sacadas con un esparavel que parecía el bombacho de King Kong.

En cuanto la primera docena de caramelos tocaban el agua aquello parecía un circo. Atunes de aleta negra, Bacoretas, Caballas, Serviolas, Jureles y Pargos aparecían y liaban la grande. Que si splash por aquí y catapúm por allá este servidor no sabía donde lanzar su Yo-Zuri. Me despertaba Kenny con un berrito y una vez reactivado el cerebro y soltado el dedo sabía perfectamente lo que iba a pasar sin necesidad de que rappel me leyera los tarot. En un santiamén mi GLoomis, ahora en el museo de las ciencias en Londres, se doblaba como una ristra de longaniza y el Penn, ese Penn 4400 que en muchas pugnas me acompañó en aquellos maravillosos años empezaba a cantar, y no era agradable aquello. Daba lástima el chirrido de la pobre máquina. Este servidor, entonces joven y poderoso, desenvolvía su trabajo con toda la soltura posible, como si estuviese acostumbrado a ello de toda la vida y Kenny soltaba un nombre. De pez, nada de palabrotas o acordarse de alguien que estamos en el América puritana, bueno casi.

Blackfin Tuna, sentenciaba el petete, y cuando llegaba debajo del barco exactamente de Blackfin Tuna e trataba. Después de unas horribles fotos y haberle sacrificado al dios del sushi volvía a lanzar. Adonde no hacía diferencia ya que estábamos rodeados de aparatos mar-aire que no dejaban de enseñarnos lomos y aletas y asustar a las pobres sardinas, que después de haberse sentido aliviadas de abandonar el blancor del vivero se encontraban ahora entre una estampida de bichos hambrientos y con poca ganas de escoltarles de nuevo hasta lo bajíos. Nueva picada y sentencia mi capitán: bacoreta. Lamadrequelotrajoalamericanoese, Bacoreta era y el siguiente un Jurel, luego una Caballa y otra vez un Atún de aleta negra, hasta la saciedad. Nunca fallaba el jodío, de la misma manera que yo no acertaba ninguno pero qué más da, me lo estaba pasando como un enano.

En los 600 años siguientes nunca he vuelto a encontrar personas que supieran reconocer a los bichos tras una picada o durante la pelea con semejante porcentaje de acierto, y eso que a algunos más les he dato la tabarra para que me sacaran a pescar. Hace cosa de pocos años me ocurrió un hecho bastante divertido mientras pescaba con un amigo en Maldivas. Yo llevaba el barco y el pegó un animal que empezó a ponérselo bastante crudo. Una pelea dura, para hombres con pelos en el pecho. Lobo por supuesto. Entre la picada y el momento que afloró el animal vaticinamos probablemente diez o más nombres de peces que podían haber picado y finalmente, mira tú por dónde, aparece un Diente de Perro que tenía una cabeza como una vaca y unos 80 kilos de peso entre morro y aleta caudal.

Ya sabéis, a nadie se le había ocurrido pensar que podía ser un pez de los más comunes que hay en lo arrecifes del índico. Eso sí, de aquel tamaño tampoco abundan...

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