Tag Archives: historia

6 Comments

No había dos días diferentes en su vida. El Lunes era igual al viernes y cada martes se parecía al miércoles siguiente, como si el calendario se repitiera en bucle, una especie de día de la marmota pero en aburrido y sin la chica guapa. Una existencia llana tiene sus ventajas, no hay riesgos, ni estrés, ni emociones peligrosas que humedezcan la frente con gotas de sudor frío, el del miedo. Solo el sábado, o algunos de ellos cuando le dejaban, podían alterar ese orden perfecto del tedio. Eran aquellos fines de semana en los que podía sacar la caña del trastero y marcharse en santa paz hacía sus paraísos remotos donde solo el conseguía llegar, lejos de la horda barbárica, autóctona o forastera, poco le importaba.

Rehuía de sombrillas, radios a todo trapo, cañas de fondo lanzadas al azar y voces que no siempre se entendían. Se sentía como un lobo acechado por los sabuesos y obligado a retroceder metro tras metros en búsqueda de su libertad, o su vida, que más o menos para el era lo mismo. Tenía los pantanos medidos meticulosamente, era el hombre GPS sin saber ni como arrancar uno de verdad, una especie de James Cook del siglo veinte y uno, cartógrafo de excepción, allí donde los haya. El suyo lo tenía metido entre las orejas y lo ponía al día cada vez que en el último rincón libre encontraba un alma que se lo había violado. Pasaba y seguía en su búsqueda de la absoluta solitud. Un gran trabajo de voluntad y de piernas, pero el estar solo merecía pleno esfuerzo, y algo más.

A cada recula daba un nombre, un acantilado se llamaba "Esmeralda", por el color del agua que le dibujaba, o esa playa somera moteada de algas era "la sencilla", porque le resultaba fácil llegar allí después de haber cruzado medio monte. Nada más le molestaba que una pisada en la arena o el barro de su nuevo edén. Saber que algún bípedo humano, aún buscando setas, hubiese alcanzado llegar hasta ese rincón olvidado por hombres y dioses le hervía la sangre e incluso cansado después de dos horas atravesando el campo se volvía a marchar anhelando terreno virgen. Así hubiese seguido hasta completar el círculo y volver a encontrarse en el punto de salida - mejor volver a casa que aquí no queda espacio - pensaba arrancando el coche, y se marchaba, víctima de su obsesión enfermiza.

Encontrar tierra virgen en el año 2013 es asunto de psicoanalista más que de pescador aventurero, y la que pagaba el pato era su cabeza, cuya serenidad y despeje iban de la mano de la solitud que conseguía encontrar, o que se le escapaba sábado si y sábado también. Las fuertes lluvias del invierno le ayudaban un poco en su perturbadora tarea, el agua que todo se lleva borraba las manchas dejada por domingueros errantes y su alma se apaciguaba al llegar y encontrarse sin el rastro de quien allí había estado a lo mejor solo dos días antes. Podía imaginar que era una ficción, que la realidad no era la que el suelo aparentaba - así de limpio de huellas - pero en su cabeza ese aspecto tan impoluto sonaba a gloria, y sin rechistar se dejaba engañar.

Aún así, de vez en cuando su sueño se cumplía como el de un niño la noche de navidad, y podía relajarse en aquella extraña situación en la que pocos - creo - nos hemos encontrados. Solitud de verdad, sin nadie alrededor y nadie que haya pasado o vaya a pasar por ese lugar encantado en mucho tiempo, o poco, ¡qué más da! Disfrutaba de su logro de tal manera que hasta tenía que sacudirse un poco la cabeza para recordar la razón primaria, primitiva y primordial por la que se había pateado medio condado para llegar allí.

Montaba entonces la caña, una reliquia que llevaba consigo desde la adolescencia, montada en un blank Lerc - francés - ahora probablemente extinguido. Se trataba de una telescópica color anaranjado, con unas anillas que probablemente sufrían el roce de un trenzado más que una papel de fumar y un mango enrollado en un cordaje de algún material que desconocía. Había sido el regalo de su mejor amigo veinte y cinco años atrás, antes de que se estrellara con su moto en un muro que se había llevado más vida que la peste, y que todavía seguía allí, monumento de esa curva funesta. Todavía se podía leer la firma del ingenioso compañero, y según el día se alegraba de verla o menos. El sol estaba ya alto. Es lo que pasa si tu búsqueda del aislamiento prevalece sobre la del momento mágico del alba, y se pone uno en pesca cuando puede, no cuando debe.

Le parecía interesante la recula, las hierbas todavía verdes debajo del agua delataban una subida reciente del nivel y los primeros ascensos de temperatura que trae Marzo le indicaban que allí podía todavía encontrarse alguna madre cansada que aprovechaba los rayos del sol para recobrar fuerza después de las placenteras - ¿placenteras? - pero agotadoras tareas de la maternidad. Si es que de maternidad se trata. Un paseante. Eso es lo que va a enganchar al bajo de acero, la subida del agua está cubriendo una playa muy somera por lo tanto, hasta donde pueda llegar su lance no va a ser más hondo de un metro o metro y medio como mucho. Si hubiese una bestia feroz por allí podría decidir atacar en superficie, ¿y qué mayor gozo para completar un día de huraño y en un lugar donde los Lucios raras veces hayan sido molestados por el hombre?

Puso los pies a remojo, le gustaba sentir el agua acariciar sus botas de goma y disparó. En ese momento se sentía como Armstrong cuando apoyó la suela en la superficie lunar, en ausencia de gravedad. Tardó menos de tres vueltas de manivela para darse cuenta que sus arriesgadas teorías algún fundamento tenían, y el agua se abrió para dejar espacio a las fauces de un lucio descomunal, que asomó lomo y cola para atentar a la vida - si la hubiese - del paseante. Si de segundos se trató no se dio cuenta, desde el momento de la picada hasta que logró acercar la acorazada a la orilla, su reloj mental empezó a ir al ralentí y cada instante le pareció una hora.

Al preguntarle alguien  - pero nadie nunca lo iba a hacer porque no le gustaba contestar a ese tipo de preguntas y se ponía muy borde - hubiese dicho que la lucha había empezado a la once de la mañana y acabado cuando el sol se escondía detrás de la sierra. Extasiado por la feliz coincidencia de los astros logró meter mano al opérculo de la matriarca y levantarla, casi sin creer en lo que le estaba pasando. Llevaba consigo una pequeña compacta con un mini trípode y se apresuró para colocarla encima de una piedra, ajustar el temporizador y ponerse agachado delante de ese aparato que congela el tiempo y te devuelve los recueros con solo pulsar un botón.

Se aseguró de que por lo menos una foto hubiese salido lo suficientemente bien para enseñarla a su mecánico, que siempre le toma el pelo por sus absurdas estampidas hacía el mundo perfecto, donde cada hombre está solo. Con atención quitó el señuelo de la boca del pez que con paciencia se sometía a esa operación sin anestesia, y enseguida acercó el morro del animal al agua, para devolverlo. Antes de aflojar la presa lo intentó levantar una vez más, y al ver que no podía se dio cuenta de su tamaño. Escaneó su cerebro por un buen rato buscando recuerdos de semejante aparato y el resultado fue paupérrimo, en sus anales no había ni un lucio con tal cabeza y que pesase tanto hasta costarle mucho levantarle. Puso la caña paralela al cuerpo del bicho y le midió, una vez en casa hubiese comprobado la longitud con el metro. Iba de la anilla de la puntera hasta casi el mango y en una caña de cerca de dos metros esto es mucha tela.

Le soltó y le estuvo observando mientras atontado y sorprendido se quedaba mirando hacía la orilla manteniéndose suspendido con un ligero movimiento de las aletas pectorales deslizando lateralmente - como un avión que se prepara para hacer un quiebro - hasta finalmente ganar profundidad y desaparece de su vista. Ya eran las once y pico de la mañana, pero le parecía que fuese casi de noche y se apresuró en volver por su senda recién trazada. No estaba seguro de estar allí, ni siquiera de haber estado en ese lugar, no sabía si se había levantado aquella mañana, le faltaba el sabor del café en la boca y su cabeza giraba alrededor de aquellos indefinidos instantes que habían enmarcado la captura. Si era un sueño lo había disfrutado como la vida misma cuando te mima con cariño, y si hubiese sido realidad será la cámara que se lo recordaría al día siguiente.  Ahora tenía prisa de volver a casa, o dejarse engullir por el sueño más profundo, lo que terciase, no estaba seguro. Siguió caminando hasta que divisó el coche, tenía aparcadas al lado tres furgonetas y en la orilla unas familias celebrando el sol primaveral con vino y  manjares de la tierra y las cañas echadas rebuscando algo que probablemente no iba a aparecer.

Arrancó el automóvil y miró la hora y el día, todo cuadraba. Se miró en el retrovisor y le escapó una sonrisa, "las niñas - dijo - estarán encantadas de verme volver tan pronto. A lo mejor me las llevo al cine, así soñamos juntos un poco ". Puso la marcha y pisó el acelerador, recubriendo de polvo el espejismo que se había dejado atrás, seguro que un día volvería. Si los bárbaros no llegaban a conquistarlo, volvería.

7 Comments

¿Os acordáis de la primera vez que habéis pescado algo en el mar a spinning? Yo tengo un recuerdo indeleble de mi primera o mejor dicho segunda captura. Acababa de llegar a España y enseguida tenía unos días de pesca en La Graciosa donde por aquel entonce todavía practicaba curricán con el vivo, una técnica entonces realmente efectiva. En el segundo viaje me llevé mi caña de pesca, una Browing de 2,40 que lanzaba 30g (y que ahora sigue siendo la caña que uso en Roma), con un Penn 4400SS cargado con monolfilamento de 12 libras y un puñado de señuelos, entre ellos el mítico Crystal Minnow de Yo-Zuri. Después del día de pesca y antes de ir a cenar al antiguo Fishing Club de La Graciosa me puse a lanzar justo delante del club, en una zona donde hay playa y un poco de rocas, con agua somera. Ya no había luz, solo las luces del pueblo y las de los pantalanes, y yo con el Crystal Minnow intentando no engancharme al fondo, ya que había poca agua y la marea subiendo. Al ratito tuve una picada, y se trataba del primer pez que oficialmente sacaba a spinning en el mar, una Anjova de un palmo. Me desplacé un poco a la derecha donde había más rocas y algo más de profundidad, y me metí con los náuticos y los pantalones a remojo; creo que en ese mismo momento alguna ruedecilla empezó a fallar y comenzó el trastorno que llevo conmigo hasta ahora. Seguí lanzando pero no tardé mucho en tener la segunda picada, y esta vez no era un pitufo sino una señora bestia, con pocas ganas de salir del agua; una pelea bonita y sobre todo épica ya que en aquel entonce este servidor poco sabía de como combatir un pez de mar. Por supuesto que tiraba más de cualquier Lucio que hubiese podido enganchar, y el oleaje por diminuto que fuese juntos con rocas que aparecían por todos lados no simplificaba las cosas. Al final, con algún que otro susto logré sacar del agua el pez y se trataba de una preciosa Lubina de más de 2 kilos; ya podéis imaginar con que satisfacción entré por la puerta del Club, con el bicho acompañándome y listo para sacrificarse para una buena cena con mis amigos. ¡Adelante amigos, que ahora toca a vosotros!

Last updated by at .