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Confieso que he tenido dos etapas negativas en mi vida de pescador, cada una tenía sus porque y por como y desde luego he podido salir de ambas gracias a ese instinto de supervivencia (!) que me mantiene entre los seres vivos de este planeta. La primara etapa coincidió con el desarrollo hormonal que activó más de la cuenta la neurona central, aquella situada un palmo debajo del ombligo,  y modificó la programación de mi instinto depredador cambiando la presa final: de aletas y escamas a minifaldas y cinturitas de avispas. En esa temporada obscura venía de la pesca a 360º, en la que me empeñaba a cubrir cuantas más técnicas de agua dulce posibles, seguramente aturdido por los humos de la adolescencia, sin tener ningún problema en cambiar una caja de gusanos por un Yo-Zuri. Curiosamente fue una chica la que me devolvió la pasión por la pesca regalándome una caña equivocada que cambié por una de spinning que debería de conservar todavía; un chicle de un metro ochenta con la que rastreé lagos y ríos del Italia central y septentrional. Esa cañita blanducha trazó mi futuro como pescador, haciéndome talibán del spinning, primero en aguas dulzonas y posteriormente nómada de los siete mares, hasta la fecha.

La segunda, más que pasar embistió, dejándome exhausto mirando un arrecife. Corrían los años del boom tropical, del jigging y el popping más extremos y este servidor se pasaba semanas entre incómodas butacas de aviones y asfixiantes calores tropicales machacándose la espalda para acompañar una legión de cadetes de la pesca tropical llenos de entusiasmo y con todas las ganas del mundo de disfrutar de un momento económico tan boyante que les permitía poder saborear semejante lujo sin mirar atrás. Como muchas cosas en esta vida también demasiada pesca llega a cansar y sobre todo ir a pescar por obligación, ya que se trataba de mi trabajo, le quita buena parte del encanto. Hay días en los que no te apetece , así de sencillo, y es bueno poder respetar esos momentos. Pescaba mal, perdía muchos animales, no lograba enganchar un bicho decente y el cansancio físico y psíquico, antes fuera de mi órbita personal, me atacaba con siempre más insistencia.

Hubo un par de eventos que me salvaron, al primero fue el nacimiento de mi hija que si por un lado me había empujado a trabajar más por aquello de que suben gastos y responsabilidades, por el otro me hizo volver en mi, empecé a echarla mucho de menos durante los viajes y según ella crecía, más la extrañaba: pude apreciar que aquello no iba por el camino correcto y corregir el tiro. Por otro lado irrumpió en mi vida una nueva pasión, la fotografía, se convirtió en mi válvula de desahogo que me consentía seguir trabajando en los viajes tropicales, llevar a casa material fotográfico de siempre mejor calidad y pasar menos tiempo con la caña en la mano sin tener que dar explicaciones para ello.

Ahora, dejado un poco de lado el jigging que por algunos años había monopolizado mi afición he vuelto al pasado, divirtiéndome como un enano con el spinning ligero y peces que no tienen porque ser muy grandes para emocionarme. Por quinta vez he cambiado ya de distrito y en este medio siglo de vida me siento como si acabara de empezar; life is beautiful 🙂

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