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Podía haber escrito "Pescad a Rockfishing" pero hubiese sido una limitación en cuanto, este servidor que el LRF puro no lo ha tocado todavía, tampoco se estresa pescando ligero, al revés disfruta como un bebé.

El relámpago que ha iluminado la bombilla necesaria para aventurarme en semejante duelo oratorio llegó a primera hora de la mañana cuando, recién regresado de mis deberes de pardequellevalaniñaalcolegio, estaba a punto de hacer desaparecer por arte de magia una cantidad ingente de hidratos de carbono untados de mermelada de moras. Evidentemente el desayuno no solo aporta energías sino también sangre al cerebro, cuyo riego vuelve a poner en marcha el oxidado mecanismo.

¿Habéis tenido la oportunidad de reflexionar sobre vuestro estado de ánimo mientras estáis buscando un animal de porte en comparación al de cuando ligeritos y de sedal fino, disfrutáis de cualquier microbio que quiera visitar el reino de los de pulmón? Seguro que si, niños listos los de por aquí, ¿y cuál es esa tan maravillosa diferencia? La cantidad de tensión y estrés a la que nosotros mismos nos sometemos, esperando al monstruo de los siete mares.

Así me lo aprendí yo, hace ya un par de días. Cuando estoy de caza mayor el cuerpo se tensa, cada músculo que quede con vida se encoje, el sudor rocía la frente y los latidos del corazón suben de intensidad. Cada lance, amén de que cueste fatiga, supone un nuevo reto y nuestra mente galopa imaginando el lomo de un Atún que repentino aparezca detrás del señuelo o la picada de la Lubina del siglo XXI, la que ya no se puede pesar con el Boga Grip. Es una tensión necesaria e inevitable, en cada vuelta de manivela te la estás jugando con un animal que probablemente sepa más que tú y que hará todo lo posible para volverte loco, mientras juras en chino hasta que consigas llevártelo al huerto.

Sin embargo la cura anti estrés existe y encima cuesta menos que dos sesiones con el psicólogo. Agarra la cañita fina y un puñado de señuelitos que parecen recién salidos del nido de infancia y ponte a jugar. Allí está la solución, cuando pescamos ligeros estamos jugando, como cuando de niños lo pasábamos pipa con cualquier ser con aletas que conseguíamos engatusar. El estrés desaparece dejando espacio al divertimiento, sin pretensiones, sin buscar trofeos que no caben ni en un gran angular. Tienes tiempo de lanzar, gastar bromas con los compañeros de pesca o disfrutar del paisaje porque si pierdes una cabrilla de 15cm no pasa na’, hay otra poco después y si no la hubiese tampoco sería el fin del mundo. Hace unos días mientras sacaba una oblada tras otra, divirtiéndome como un cerdito en el lodo, de repente noté una picada diferente, mucho más fuerte y un animal que luchaba con más vigor. Subí a bordo una Baila que probablemente no llegaba a los 20cm y parecía que me había tocado la lotería. La fotografié con el mismo cuidado del GT más grande del planeta y la restituí a su familia. Al final descubres que más que el tamaño lo que entretiene es el nuevo moscón que se pega al señuelo, y disfrutas de una diversidad biológica que nunca alcanzas cuando apuntas más alto, cazando trofeos.

Así me parece a mí y así lo he contado, adiós nenes, hasta el próximo relámpago.

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