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Con esta que está cayendo, en todos los sentidos, no se le ocurre a un ratón de ciudad aventurarse por algún río o pantano a pescar. Del mar ni hablar, después de mi post sobre los Smartphone, mis amigos han decidido que entre yo el ¡Phone prefieren el segundo y que me quedo a pié y además la temporada está tardando más de lo esperado en arrancar. Me quedo entonces pegado a la calefacción, mantita sobre las piernas y un té caliente en mi taza de Hello Kitty. A gusto, o eso creo.

Sin embargo aquella pequeña parte de cerebro que todavía sigue funcionando no la puedo silenciar y está todo el día con el run-run dándome la lata sobre lo que le/me gustaría hacer. ¿Vamos por partes o lo suelto to’ de un golpe? Empecemos por el calorcito del trópico que quita los dolores de las rodillas y broncea la piel, por lo menos la poca que se deja expuesta a los fuertes rayos. Me gustaría...me gustaría... estar en Cuba, en los Jardines molestando a las rojas. Divisar ese lomo color cobre que se asoma detrás del señuelo deja una marca indeleble en la retina del pescador viajero.

Asimismo me veo lanzando vinilos en los bajíos de algún lugar del índico, metiéndome con los enanos cabroncetes que patrullan las arenas blancas. Un ballesta así de grande con el hocico plantado en tu vinilo y la cola que sobresale del agua no tiene precio. Tampoco me importaría volver a pasear la playa de Iguela en Gabón y no solo por la pesca, sino porque sé que en mis viajes anteriores he perdido muchas posibilidades de hacerme con fotos de rara belleza.

Se me van ofuscando los recuerdos de las últimas faenas con los Palometones, hace ya mucho tiempo que no lidio con uno de buen porte que ni me acuerdo como era aquello. El cuarto de cerebro que todavía funciona me envía recuerdos de persecuciones de infarto, muchas de las cuales acabadas en un quiebro y el pez que desaparece, ¡que jodíos que son los bichos aquellos! Y no quiero dejar de pensar en aquellas picadas de Lubinas que han desvanecido en la nada, después de un gran estruendo y una cola así de grande que sacude el silencio de la superficie y pone los pelos de punta al paseante.

Miro otra vez por la ventana y la primavera ahora está un poco más cerca, debo de haber tardado mucho en escribir esto, por lo menos han pasado veinte días y el temporal ha amainado. A ver si consigo amansar a mis enfadados amigos y me sacan de paseo, Paquito está sin Bonitos pero no les faltan Sargo y Lubinas, habrá que desempolvar los equipos ligero e ir a buscar alguien que nos quiera, a nosotros o a nuestros señuelos, que el final de lo mismo. ¿Y que tal andarán los bajíos del Delta, tengo más señuelos raros para probar?

¡Caramba, como pasa el tiempo! Se pone uno a escribir y ...

Sentando delante de mi ordenador miro por la ventana y en pleno verano, justamente el 2 de julio alas 13:07, hay una tormenta de un par de narices con agua que cae a cántaros. Truenos y relámpagos decoran la de por si tenebrosa atmósfera, pero la verdad es que vivirlo desde casa tiene su no se que, en fin casi me gusta.

Disfruto del olor de la tierra mojada que entra por la ventana abierta, por un momento cubre la contaminación de Madrid y suaviza el ruido de los coches que pasan. Pero esto no es normal. No lo es porque en Madrid el calor ha llegado hace muy poco y encima lo que tenemos es un clima absolutamente tropical, con 35/37 grados durante el día y al llegar del atardecer se obscurece el cielo y empieza a descargar agua con grandes muestras de poderío divino, entre más estruendos y más rayos.

Toda esta poética introducción sirve simplemente para abrir un nuevo tema de debate, posiblemente poco científico pero sin duda práctico, que quizás nos pueda ayudar a entender si este clima, tan peculiar está afectando nuestra pesca.

¿Pasa algo a las criaturas marinas? ¿Estáis notando comportamientos diferentes? ¿Algunos han llegado tarde de sus migraciones? ¿Se alimentan de manera distinta?

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